miércoles, 5 de junio de 2019

Despejando la niebla informativa

La Asociación de Diplomados Españoles en Seguridad y Defensa -ADESyD- organizó en noviembre de 2018 en Madrid un Congreso en el que participé con una ponencia titulada "Unión Europea, desinformación y realidad", un recorrido por las actuaciones desde Bruselas en este campo, los materiales que ha ido dejando por el camino y conclusiones propias.
ADESyD ha presentado este mes de junio las actas del Congreso, disponibles en este enlace.
Reproduzco a continuación el apartado final de mi contribución, un largo artículo académico con sus notas al pie e incluso bibliografía.

Despejando la niebla

"Berline: the salute", de Jan Vanriet. Colección Roberto Polo, Toledo.
Porque la desinformación se ha convertido en un cajón grande y oscuro donde conviven materiales y voluntades de muy diverso signo se hace necesario también un esfuerzo de explicación, más allá de la denuncia o la comprobación de contenidos falseados.
Conviene advertir que en asuntos de desinformación los denunciantes a menudo no dicen la verdad y ocultan sus verdaderos intereses: los medios de comunicación tradicionales están alarmados en realidad por la competencia publicitaria de las plataformas digitales, el mundo de la seguridad piensa más en redes que en mejorar su comunicación digital, algunos políticos quisieran ver desaparecer un contrapoder crítico; y abundan en canales digitales contenidos informativos que no lo son, sino entretenimiento o materiales ideados para generar tráfico y publicidad. A lo anterior se suman alianzas coyunturales entre algunos de los actores que acrecientan la confusión.
La desinformación está desempeñando una función parecida a los canarios en la mina o los rosales en la cabecera de los hilos de las viñas en La Mancha, testigos que alertan de una enfermedad mayor.
El fenómeno permite aflorar desafíos del máximo interés que afectan a la profesión periodística, a la competencia empresarial en un entorno digital, a la comunicación política, sin caer necesariamente en alarmismos que la convierten en amenaza principal de los sistemas democráticos; si así fuera la rotundidad de las pruebas que respaldan las acusaciones debiera subir muchos enteros.
La Unión Europea lleva realizado un intenso trabajo a través de un proceso en marcha que previsiblemente alcance y supere las elecciones de mayo de 2019. La actuación de las instituciones comunitarias contiene además una lección añadida a la hora de interpretar la comunicación: la importancia de tener en cuenta quién habla y las competencias de quien emite el mensaje.
Si el secretario general de la OTAN afirma en una entrevista que “necesitamos prensa libre e independiente, periodistas que hagan preguntas incómodas”, cabe preguntarse si la Alianza Atlántica tiene entre sus objetivos impulsar la incomodidad de las entrevistas que realizan a su secretario general , o quizá esconda otro objetivo más relacionado con la tensión con Rusia.
La Comisión Europea ha demostrado una capacidad importante de análisis en este asunto de la desinformación, pero a la hora de concretar actuaciones las propone lógicamente en terrenos donde tiene competencias, entre las que aún no se encuentra la defensa militar, aunque sí aflore su reconocida capacidad de elaborar normativa, vinculante muchas veces muy lejos de las fronteras de sus miembros; capacidad de la UE también en materia de competencia empresarial, protección de datos, confidencialidad de las comunicaciones, derechos de autor, también la capacidad de incrementar recursos públicos gravando con impuestos la actividad digital, que se mueve mejor y más rápido que los inspectores de Hacienda.
El alarmismo con el que se ha arropado la desinformación como amenaza casi existencial de regímenes democráticos tiene el inconveniente de que eleva la capacidad de influencia de estos materiales hasta un límite difícil de creer, aún no ratificado por estudios científicos.
Asimismo se desvía el foco del interés económico muy a menudo presente en estas campañas de desinformación, el fomento de tráfico de contenidos para la generación de ingresos por publicidad o como ejecutores de campañas, que alguien lo tiene que hacer.
Se puede afirmar que es económica la causa de la degradación de las condiciones laborales de los periodistas, es económico el beneficio que se busca con la publicación de noticias falseadas en muchos de los casos , es económica la preocupación de fondo  de los medios de comunicación tradicionales cuando tratan el tema de la desinformación, en economía piensa la UE cuando pretende regular la actividad de las plataformas digitales que hoy ocupan los primeros puestos a nivel planetario en capitalización bursátil y los últimos en pago de impuestos…
Afortunadamente comienzan a aparecer las primeras reacciones a la desinformación.
Desde el periodismo, van surgiendo comprobaciones de declaraciones y de cifras, verificadores de datos; y el rigor periodístico como una alternativa al periodismo espectáculo, los principales periódicos españoles especulan con el próximo estableciendo de sistemas de pago por contenidos que solo serán rentables si se ofrece credibilidad y profesionalidad a cambio. El periodismo riguroso suele ser lento y caro, mientras que la información distorsionada suele ser de rápida elaboración y bajo coste.
Desde la empresa, tras los bandazos primeros en un escenario novedoso, se aprecia la necesidad de regular la coexistencia entre medios de comunicación tradicionales –quizá con figuras de protección e incluso financiación pública, como los teatros, la ópera o las bibliotecas- y las plataformas digitales, que no parece que contribuyan al fisco como el resto de actividades económicas.
Por su parte, gigantes como Google o Facebook, que han crecido aceleradamente en tres lustros hasta su relevancia actual, dependen aún más de la reputación que otros sectores económicos, y se moverán en favor del usuario aunque sea perezosamente por interés interesado.
Desde la comunicación política no parece que tenga un largo recorrido la utilización de la desinformación como argumento de reemplazo al terrorismo internacional como gran amenaza existencial.
A medio y largo plazo, en estos temas de desinformación que son en el fondo asuntos de información, la UE demostrará la firmeza de su compromiso si avanza en iniciativas generalizadas y relacionadas con la alfabetización digital y la promoción de información rigurosa.
Se sorprende Daniel Innerarity del cambio cultural que ha supuesto haber pasado “de celebrar la ‘inteligencia distribuida’ de la Red a temer la manipulación de unos pocos; de un mundo construido por voluntarios a otro poblado por haters; de celebrar las posibilidades de colaboración digital a la paranoia conspirativa; de la admiración por los hackers a la condena de los trolls; de la utopía de los usuarios creativos a la explicación de nuestros fracasos electorales por la intromisión de poderes extraños (más creíble cuanto más rusa sea dicha intromisión)”.
Añade Innerarity que “en una sociedad avanzada el amor a la verdad es menor que el temor a los administradores de la verdad”; y alerta contra la “imagen exagerada de tres poderes que son más limitados de lo que suponen: el de los conspiradores, el del Estado y el de los expertos. Por supuesto que hay gente conspirando, pero esto no quiere decir que se salgan siempre con la suya, entre otras cosas porque conspiradores hay muchos y generalmente con pretensiones diferentes, que rivalizan entre sí y que de alguna manera se neutralizan” .
La desinformación es principalmente un problema que atañe a la información, categoría a la que no pertenecen todos los contenidos digitales, y el panorama se aclara algo si lo enfocamos desde los campos de la comunicación, de la competencia empresarial y del argumento político.
El digital aparece claramente como uno de esos espacios comunes con soberanía difusa que requieren una mayor regulación, evitando la censura y legislando a favor de los ciudadanos, tres condiciones difícil de compaginar; añadiendo que la tecnología que ha disparado la difusión de todo tipo contenidos también lo ha hecho con los de calidad y puede ayudar además a identificar y reducir los manipulados interesadamente.


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