domingo, 8 de diciembre de 2024

La dictadura siria de los Ásad se desmorona

Mezquita omeya de Damasco.
Siempre sorprende la caída de un dictador, los creíamos más poderosos, los juzgamos por la violencia con la que suelen reprimir a la oposición interna o matan civiles. En este comienzo de diciembre de 2024 una sorprendente por rápida ofensiva de diversas milicias opositoras ha tumbado el régimen dictatorial de Báshar al Ásad en Siria.

Desde el comienzo de una especie de guerra civil en 2011 tras la revuelta popular contra el régimen -en Oriente Próximo todos los conflictos cuentan con intervención internacional-, Báshar el Ásad ha podido sobrevivir por el apoyo de Rusia, Irán y Hezbolá, alianza muy superior a cualquier otra. 

Por tanto, la caída del régimen se explica porque existen otros intereses por encima del mantenimiento de la dinastía dictatorial de los Ásad. Podría citarse la guerra de Rusia en Ucrania, la invasión del Líbano por Israel donde el territorio de Hezbolá es atacado, el interés iraní en reforzar sus propias capacidades al convertirse en el próximo objetivo militar de Israel-EEUU. Ninguno de los actores que apuntalaban el régimen ha considerado rentable seguir desgastándose en su defensa, han cambiado las prioridades.

Nada es ajeno en la zona a la campaña de limpieza étnica por Israel en Palestina de los últimos 14 meses y su ofensiva para desestabilizar todo el vecindario. Por su parte, algo de peso regional gana Turquía en la nueva situación y resulta claro su patrocinio de las fuerzas insurgentes victoriosas.

El nuevo escenario regional se ha ido conformando en los últimos tiempos con intervenciones internacionales como la invasión de Irak de 2003, golpes de Estado como el de Egipto en 2013, que han ido desactivando cualquier oposición regional a Israel, mientras que ahora la guerra civil siria ha destrozado el país, por lo que todo rema para que Irán se haya convertido en la gran potencia regional y enemigo de sustitución de todos los anteriores.

Dinastías dictatoriales del XX

La toma de Damasco el 8 de diciembre de 2024 por una variedad de grupos armados opositores pone fin a algo más de medio siglo de régimen dictatorial de la familia al Ásad, primero con Háfez entre 1971 y 2000; luego por su hijo Báshar durante 24 años. El ropaje de la dictadura es secundario, sea nacionalismo árabe a mediados del XX, izquierdismo revolucionario, hoy diversos disfraces de islamismo o ninguno, en este caso se trataba de una dictadura familiar del estilo de Saddam Husein, el shah de Persia, las dictaduras militares egipcias, anacrónicas todas, pues el autoritarismo hoy se declina en otros formatos diferentes, con algunas elecciones y menos retratos del líder por las paredes.

En algunos países árabes como Marruecos, Jordania o Siria se produjo en el cambio de siglo un traspaso de poder padre-hijo que podía haber reforzado y modernizado esos países para una nueva etapa, algo que no fue más allá de tímidas reformas. Las llamadas primaveras árabes desde finales de 2010, en las que nadie creyó ni apoyó a quienes pedían en la calle libertades civiles y condiciones económicas, consiguieron el cambio de dirigentes en Túnez, Libia, Egipto y Yemen, elecciones democráticas en Túnez y Egipto y vuelta autorizada a regímenes autoritarios tras sendos golpes de Estado bendecidos por Occidente.

Este tipo de dictaduras han resultado letales para sus nacionales e irrelevantes en política exterior, de lo que se ha beneficiado tanto Israel como las potencias occidentales con intereses en la zona.

Refugiados

La crisis de Siria nos ha llegado a Europa fundamentalmente como un problema de refugiados, con dos consecuencias directas y relevantes. 

Por una parte, debemos a la guerra civil siria que saltara en pedazos el esquema tradicional por el que se concedía asilo a los refugiados políticos y se distinguía a estos de la inmigración económica. En la actualidad la respuesta es confusa, incoherente según nacionalidad y acomplejada frente a una extrema derecha que va imponiendo sus criterios y ganado votos con su xenofobia.

El segundo elemento que ha generado en nuestra cercanía este conflicto sucedió durante 2015, cuando Angela Merkel decidió que Alemania acogiera alrededor de un millón de refugiados fundamentalmente procedentes de Siria, Irak y Afganistán, una respuesta que hoy sería impensable.

Cualquier conflicto genera un éxodo de refugiados y éste ha tenido efectos devastadores. Según ACNUR, agencia de Naciones Unidas, el de la República Árabe Siria ha desembocado en una de las peores crisis de desplazamiento forzado en décadas, ya que ha obligado a más de 4,8 millones de sirios a atravesar fronteras en búsqueda de protección y ha desplazado internamente unos 6,5 millones de personas.

Los países de la región son los que han recibido el mayor número de refugiados, con unos 2,2 millones de refugiados en Turquía, 1,1 millón en el Líbano, 633.000 en Jordania, 245.000 en Irak, y 128.000 en Egipto. La duda hoy es si la caída de al Ásad provocará el retorno, movimiento incierto si no se garantiza una estabilidad en el país mayor que el arraigo y las condiciones económicas conseguidas en una década de exilio.


Simbolismo de Siria

El simbolismo de Siria en todo el mundo árabe y la importancia geopolítica del país es muy destacable.

Damasco fue la capital del primer imperio islámico omeya tras Mahoma entre los siglos VII y VIII, de él derivó de algún modo dinástico el emirato y califato de Córdoba entre los siglos VIII y XI. Es una época de esplendor, el Islam árabe clásico surgido en el Oriente romanizado, época de expansión, de formación de una civilización.

La Gran Siria que comprendía durante siglos gran parte de Oriente Próximo, el prestigio popular del nacionalismo árabe laico del partido Baaz, Siria ha sido hasta recientemente un referente político y cultural, hoy no lo es.

Pero incluso en este momento, Joe Biden ha tardado incluso menos en reaccionar a la caída de Damasco, con una comparecencia pública, que en reconocer la victoria presidencial de Trump.

Estados Unidos apoyará, ha dicho Biden, “una transición hacia una Siria soberana e independiente, con una nueva Constitución. Un nuevo Gobierno que esté al servicio de todos lo sirios”, lo que de producirse sería una auténtica novedad histórica.

La democracia nunca ha sido un objetivo de Europa y EEUU en la zona; pensemos en Túnez y su golpe de Estado de 2021 en geografías más cercanas y, en más lejanas, Afganistán, que ha vuelto al siglo XIX después de dos décadas de ocupación militar por la OTAN.

Rusia cuenta con dos estratégicas bases militares en territorio sirio, una naval para su Armada en Tartús y otra aérea en Latakia. Estados Unidos ha aprovechado también la inestabilidad del país durante tres lustros para instalar su propia presencia militar permanente.

Israel tiene Siria y Damasco a tiro de caza y de misil y lo ha practicado regularmente, sin olvidar que los denominados Altos del Golán son territorios sirios ocupados por Israel desde 1967, territorios que Israel ya ha ampliado tomando una zona desmilitarizada el mismo día de esta caída de Damasco.

La debilidad o destrucción del Estado en Oriente Próximo y cualquier geografía lleva a los ciudadanos a refugiarse en escudos sociales que en muchas ocasiones ofrece la confesión religiosa. La experiencia dicta que en procesos revolucionarios el extremismo islámico suele destacar por una mejor organización que el resto. Si el islamismo radical toma finalmente el poder en Siria será con un formato diferente a los Al Qaeda o el Estado Islámico, deudores ambos de un momento y una geografía, distintos en este caso.

Siria es hoy un Estado ruinoso tras 13 años de guerra civil que debería reconstruirse en términos democráticos y económicos, y ese proceso tiene muy pocos patrocinadores ni en el vecindario ni por los países occidentales más activos en Oriente Próximo, entre ellos Francia y Reino Unido.

La apuesta tradicional de actores locales y foráneos ha sido durante décadas la inestabilidad. ¿Será Siria 2024 una excepción?


Artículo publicado también en La Hora Digital.




lunes, 4 de noviembre de 2024

Más armas para una nueva guerra fría

En 1989 la Armada española dio de baja definitiva el portaaviones Dédalo. Fue en el año en el que el muro de Berlín se cayó, según expresamos habitualmente en español, marcando simbólicamente el fin de la Guerra Fría, o también podríamos decir que el muro se desmoronó, teniendo en cuenta en este segundo caso deficiencias en los materiales que lo construyeron. Lo cierto es que durante buena parte de la Guerra Fría el buque militar insignia de España fue un portaaviones norteamericano ligero, construido durante la Segunda Guerra Mundial y cedido en los sesenta en el marco de los acuerdos militares de la dictadura con EEUU.

Sirva el ejemplo hispano -particular como todos, con ingredientes compartibles con otros- para mostrar el gigantesco salto de España en capacidades militares en 35 años, un desarrollo que confirma que cualquier tiempo pasado fue anterior, que no mejor. Al final de la década de los 80 del siglo XX España se encontraba en plena transición militar, desde una organización con escaso arraigo democrático e ineficiente, intensiva en personal no profesional de leva obligatoria, transformándose desde su misión principal de proteger al Régimen de los españoles a pasar a defender el país de amenazas externas.

Desde entonces, entre 1989 y 2024, ha ocurrido de todo: declive ruso, cercanía hasta crearse un amistoso Consejo OTAN-Rusia en 2002, empoderamiento ruso y última fase de choque frontal; hemos asistido al desbloqueo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a un nuevo bloqueo; al fracaso inducido del multilateralismo por intervenciones militares desastrosas en Afganistán, Irak, hoy en Ucrania y en todo Oriente Próximo por parte de Israel y aliados; el mundo ha presenciado en este periodo la emergencia de China, la profesionalización de los ejércitos y su salto tecnológico.

Lo más peculiar en perspectiva podría ser la idealización actual de la propia Guerra Fría, a pesar de la inversión pública disparada de la carrera nuclear y espacial ligadas; de las guerras por delegación,  del patrocinio de golpes de Estado en medio planeta; de la destrucción mutua casi asegurada... Reconozcamos únicamente la habilidad durante la Guerra Fría de externalizar la violencia militar hacia territorios no europeos ni norteamericanos.

Otra de las sorpresas no menor de estas tres décadas largas ha sido la supervivencia de la OTAN: instrumento político del diálogo trasatlántico, organización única en la homogeneización de materiales y procedimientos militares, cadena de transmisión del mando norteamericano sobre Europa, que hoy parece gozar de una salud envidiable sin reinventarse cuando ha desaparecido el marco geoestratégico que la creó. La OTAN sobrevivió al fin de la Guerra Fría, se fue hasta Afganistán en busca de argumentos y se ha extendido hasta las mismas fronteras de Rusia, integrando buena parte de la Europa oriental.

Con todo uno de los fenómenos más relevantes, por actual, porque rompe tendencias, porque ofrece síntomas de continuidad, es una nueva carrera de armamento a nivel mundial que concentra recursos ingentes destinados al choque bélico contra alguien, o quizá contra nadie, alimentando una nueva guerra fría.

La foto que nos ofrece el instituto de análisis sueco SIPRI muestra que el gasto militar mundial aumentó en 2023 por noveno año consecutivo hasta alcanzar el máximo histórico de 2,44 billones de dólares. Por primera vez en una década el gasto militar aumentó en todo el planeta, con incrementos especialmente importantes en Europa, Asia y Oceanía y Oriente Medio.  En Latinoamérica también, se militariza la seguridad interior.

Rusia aumentó un 24% su gasto militar hasta alcanzar una cifra estimada de 109.000 millones de dólares en 2023, lo que supone un incremento del 57% desde 2014, año en el que se anexionó Crimea. 

En 2023, los 31 miembros de la OTAN gastaron 1,34 billones de dólares, lo que equivale al 55% del gasto militar mundial. El de EE.UU. en solitario aumentó hasta alcanzar los 916.000 millones de dólares en 2023.

El gasto en Defensa de Europa sumó en 2023 un total de 407.000 millones de dólares, que acumula un crecimiento del 43% desde 2014.

De lo anterior se deduce que el gasto en Defensa acumulado de los países de Europa occidental cuadruplica el de Rusia, a pesar de que la presidenta de la Comisión Europea advertía recientemente de que se estaban igualando; y que Estados Unidos multiplica por nueve el gasto en Defensa de Rusia, y triplica el de China.

El gasto militar mundial en 2024, el de Estados Unidos, el de Europa, ya supera el del final de la Guerra Fría, con conflictos incendiados que han contribuido a extender su necesidad en Ucrania, Israel y todos sus vecinos, el mar de China-Taiwán y otros que interesan menos como Sudán o centro África.

En territorio OTAN, el objetivo de destinar a Defensa el 2% del PIB marcado en 2014 como horizonte casi utópico se ha convertido una década más tarde en suelo obligado para empezar a hablar.

Volviendo a España, que es lo que más nos interesa, porque desde aquí vemos el resto del globo, el gasto en Defensa se ha incrementado más del 60% desde que llegó el actual Gobierno de coalición de izquierdas en 2018.

Más allá del esfuerzo económico en la Defensa, el mundo militar se ha visto alterado en las últimas décadas también por la cualidad de las armas, su transformación tecnológica, los sistemas no solo aéreos no tripulados, el carácter dual -también civil- de la mayor parte de las tecnologías utilizadas en un conflicto armado, muy especialmente la información y los drones; las armas letales autónomas que ya han abandonado el mundo de la ciencia ficción; la ciberseguridad omnipresente.

Todos los conflictos armados son campo de experimentación de los próximos sistemas de armas, Ucrania e Israel- Palestina-Líbano son hoy campos de maniobras con fuego y víctimas reales, con la tecnología aplicada para la selección automatizada de objetivos, el asesinato masivo de civiles, la limpieza étnica o el terrorismo tecnológico en un tercer país no combatiente, todo lo hemos visto ya. Existe unanimidad en que ninguno de los dos conflictos se resolverá por la vía militar.

El mito construido sobre la Guerra Fría del siglo XX lo dibuja como una época ciertamente peligrosa, pero bastante estable, y en muchos aspectos con un compromiso estatal y ciudadano que convendría imitar en nuestros días, mito que ha sido alimentado en los años posteriores, en tiempos ahora de fragmentación y conexiones múltiples y permanentes que nos hacen añorar la simplificación de aquella política de bloques.

La incertidumbre actual nos hace añorar  una inventada etapa previsible y estable. Aunque quizá no fuera exactamente así. Cuesta encontrar en el pasado la supuesta edad de oro que hoy convendría imitar en materia de armamento y gasto militar.

En el presente escenario internacional, planteémonos si existe amenaza existencial que justifique una carrera de armamento como la actual. Aceptemos que vivimos en un  sistema internacional en crisis, pues la arquitectura de seguridad y control de armamento de la Guerra Fría ha sido desmantelada y no alcanzamos a ver su sustituto.

La seguridad, la defensa, se puede interpretar desde un enfoque objetivo, cuantificable, número de víctimas, de conflictos vivos, de gasto en armamento; y desde un enfoque subjetivo, la sensación de inseguridad, y en este punto cabría preguntarse cuánto de la inseguridad subjetiva actual ha surgido por generación espontánea, amenazas objetivas, o ha sido inducida por los intereses económicos y políticos que salen beneficiados; cuánto tiene de inercia y de economías con un decisivo componente industrial militar. En este sentido, EEUU como potencia militar indiscutible, no discutida, podría basar la continuidad de su hegemonía en lo que se siente más fuerte que es el músculo militar.

Algo profundo ha cambiado en las tres décadas trascurridas desde el final de la Guerra Fría. La última década del siglo XX efectivamente vivió presupuestos militares a la baja y la resolución de conflictos delegados al quedarse sin patrocinador. El jurista argentino y primer fiscal de la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo sitúa el punto de inflexión en la respuesta de Estados Unidos a los atentados del 11-S y la posterior invasión de Irak, como el momento en que la potencia hegemónica decide apostar por la guerra, por el tratamiento militar del terrorismo, al margen o por encima de la legalidad internacional simbolizada por Naciones Unidas, las armas como respuesta única a los conflictos, que se ha continuado durante más de una década hasta haber llegado en este 2024 a que la ONU es objetivo militar por parte de Israel en toda la Palestina histórica y en Líbano.

Parafraseando a Ocampo podríamos también afirmar que la respuesta armada como única receta tiene poderosos incentivos para perpetuarse en el tiempo, en concreto 2,44 billones de dólares de incentivos anuales. 

Admitamos que 35 años después de la caída del muro vivimos una nueva guerra fría, aunque en esta ocasión con minúsculas, desconocemos los contendientes, no existe alternativa ideológica al capitalismo ni amenaza existencial nueva ni China es equiparable a la antigua URSS, tampoco Rusia.

Cualquiera que sea el escenario actual se mantiene la premisa de que el armamento es o debe ser un instrumento, nunca un fin en sí mismo, instrumento de una política para dar respuesta a conflictos internacionales que no pueden tener la fuerza militar como único argumento; lo militar es instrumento de una estrategia geopolítica no debatida ni explicitada en la que Europa y España han perdido claramente capacidad autónoma de decisión en los últimos años.

Toca pues empezar a robustecer de argumentos e iniciativas la alternativa al monólogo militar que tantos fracasos presenta antes y después de 1989. Esos argumentos los tenemos escritos en la Carta de las Naciones Unidas de 1945 o en la Estrategia Europea de Seguridad de 2016, los valores que se pregonan y no se cumplen, el orden internacional basado en normas.

'La ley crea poder', dejó dicho Moreno Ocampo en visita reciente por Madrid. Sugiere juzgar a los máximos responsables de las actuales violaciones del derecho internacional, terminar con la impunidad de los responsables de las guerras de agresión, genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad; discutir las estrategias en marcha; y presentar alternativas.

Artículo publicado también en La Hora Digital.



sábado, 12 de octubre de 2024

Naciones Unidas, objetivo militar

Israel se ha independizado de la comunidad y la legalidad internacional, de la opinión pública mundial, del planeta civilizado, excepto de los gobiernos de EEUU, Alemania y algún otro país de Europa, Milei en Argentina y Abascal en España. Israel se ha independizado de las Naciones Unidas que escribieron su partida de nacimiento en 1948.

En el otoño de 2024 no existe organización internacional ni potencia ni contexto con la capacidad y la voluntad de imponer restricciones al uso israelí de la violencia militar, con ataques simultáneos a palestinos colonizados, a los vecinos estatales Líbano y Siria; más Yemen, Irak y atentados terroristas y ejecuciones extrajudiciales en Irán.

En el año transcurrido desde que en octubre de 2023 la milicia palestina Hamás atacó las inmediaciones de la franja de Gaza, causando 1.200 muertos, Israel ha asesinado a 42.000 palestinos (más de cien diarios), ha arrasado Gaza, causado más de 700 muertos en Cisjordania y ha invadido de nuevo su vecino Líbano.

La actuación militar israelí lo convierte en un 'Estado gamberro' -rogue state- si siguiéramos la terminología norteamericana para los estados que unilateralmente identificaba hacia el cambio de siglo como una amenaza para la paz mundial; Israel es imprevisible a corto plazo, tenaz a largo en su proyecto colonial sobre Palestina, limpieza étnica de población local, apartheid como sistema de discriminación institucional. Israel, su Gobierno, es actualmente imprevisible, la peor acusación que se puede realizar en las relaciones internacionales.

Sorprende a la lógica, y es síntoma de la deriva, la confrontación de Israel con Naciones Unidas: ha convertido en objetivo militar sus instalaciones en los territorios ocupados palestinos, sus escuelas, centros sanitarios y personal, especialmente contra la UNRWA, con más de 220 muertos entre la plantilla de la agencia de la ONU que se ocupa de más de cinco millones de palestinos herederos de la limpieza étnica de los alrededores de 1948. En árabe se denomina 'nakba', catástrofe. a aquellos acontecimientos, que siguen 76 años después, la 'nakba' continua o permanente que denuncian los intelectuales palestinos.

Lo habitual hasta ahora por parte de Israel y sus patrocinadores ha sido no luchar contra la ONU, sino condicionar las decisiones y resoluciones de Naciones Unidas, en algunos de los textos más citados que ha generado el conflicto no aparece la palabra Palestina ni palestinos. Pero la situación actual ha cambiado el marco.

El ejército israelí ataca hoy instalaciones y personal de la ONU. Su representante en Nueva York ha triturado -física y simbólicamente- en plena Asamblea General la Carta fundacional de Naciones Unidas; el primer ministro Netanyahu -no detenido al pisar suelo estadounidense a pesar del requerimiento de la Corte Penal Internacional- ha despreciado a la organización, a sus miembros y sus resoluciones; el Gobierno israelí ha declarado persona non grata al secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres.

Las últimas informaciones apuntan a la confiscación por parte de Israel del terreno en el que se encuentra la sede de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNRWA) en Jerusalén Este; un proyecto de ley en tramitación para prohibir la actuación de la ONU sobre territorio israelí; y las amenazas y ataques del ejército israelí al personal e instalaciones de la misión de Naciones Unidas en Líbano (FINUL).

La violencia en Líbano y Palestina siempre han estado unidas. La excepción ha sido los 18 últimos años de relativa estabilidad en la frontera entre Líbano e Israel, gracias fundamentalmente al refuerzo de la operación FINUL de Naciones Unidas decidida en 2006, con iniciativa destacable de España, que elevó su tamaño hasta 12.000 militares en una franja que ocupa menos de un tercio de un país similar en extensión a Asturias.

Durante más de tres lustros ha existido una ventana de oportunidad no aprovechada para avanzar en una solución a la vecindad Israel-Líbano. Una operación de paz como FINUL nunca es útil para torcer el brazo a una potencia nuclear, su despliegue suele ser acordado por las partes y puede levantar acta de lo que ocurre sobre el terreno.

Este tipo de operaciones de paz generan informes que representan parte de la realidad: por ejemplo, los ataques israelíes sobre Líbano en el primer semestre de 2024 triplican los ataques atribuidos a Hezbolá sobre Israel, sin tener en cuenta la potencia de cada uno.

El 23 de octubre se ha roto un equilibrio inestable que ha durado 18 años, 500 libaneses muertos en un solo día dieron inicio a la cuarta invasión de Líbano por parte de Israel, las anteriores en 2006, 1982 y 1978.

La escalada del conflicto tantas veces alertada no parece haberse alcanzado tras 42.000 palestinos muertos, la invasión de Líbano y la extensión del conflicto a Siria, Yemen e Irán. La tan temida escalada podría venir por la muerte de soldados occidentales, por un atentado en nuestras calles, algún magnicidio, pero se considera que aún no ha llegado. Se ha puesto muy alto el listón de la escalada y cualquiera que sea el punto de inflexión dejará en evidencia el diferente valor de los muertos según su nacionalidad y renta per cápita.

En 2006 con la operación de Naciones Unidas en Líbano se quiso desactivar un segundo foco de inestabilidad añadido al desastre de la invasión de Irak tres años antes. En 2024 EEUU aún no considera inaceptable ni la guerra en Ucrania ni las matanzas de palestinos y libaneses.

En cualquier caso, nuestros servicios de seguridad harían muy bien en tomarse en serio las amenazas hacia España procedentes del Gobierno israelí, hacia los cascos azules en Líbano donde se despliegan 680 militares españoles, amenazas del Ministerio de Exteriores israelí que considera a España "un paraíso para sembrar el odio e incitar a la destrucción de Israel".

Por supuesto que la continuidad o no de una operación de la ONU como FINUL en Líbano no depende de la decisión unilateral de un único país como España, actualmente con el mando militar de la operación, sino del Consejo de Seguridad que la puso en marcha o del acuerdo multilateral.

El secretario general adjunto de Operaciones de Paz de Naciones Unidas, Jean-Pierre Lacroix, escribía este mes de septiembre en la revista Foreign Affairs que "el mantenimiento de la paz no puede lograr sus objetivos finales sin un proceso político sólido implementado en paralelo", lo que no ha ocurrido en Líbano durante 18 años.

Añadía que las misiones sólo pueden funcionar de conformidad con los tres principios rectores del mantenimiento de la paz: "las partes en un conflicto consienten en la presencia de personal de mantenimiento de la paz; el personal de mantenimiento de la paz sigue siendo imparcial; y el personal de mantenimiento de la paz no hace uso de la fuerza, excepto en defensa propia y en defensa del mandato". El Gobierno israelí ya no consiente la presencia de las Naciones Unidas ni en su territorio ni en el de sus vecinos, y difícilmente los cascos azules van a ejercer el uso de la fuerza ni en defensa propia, porque ya han sido atacados y no han respondido.

Lacroix titulaba y sintetizaba su visión señalando que el personal de mantenimiento de la paz (peacekeepers en inglés) necesita agentes de paz (peacemakers). Los hipotéticos hacedores de paz están al frente de gobiernos nacionales con capacidad de influir sobre Israel, pero al parecer consideran que a la escalada aún le queda recorrido por delante, que tienen más que ganar dejando hacer que haciendo.


jueves, 15 de agosto de 2024

Humanismo sin apellidos


Resulta sorprendente la alusión del recién nombrado presidente de Cataluña Salvador Illa al humanismo cristiano en la toma de posesión de su Gobierno como uno de los principios ideológicos que decidió destacar expresamente junto con el socialismo democrático.

Es conocida y numerosa la llegada al compromiso social de parte de la izquierda a partir de círculos o creencias religiosas católicas, si bien aquello ocurrió bajo la dictadura de Franco y generacionalmente el president se ha debido formar políticamente ya en democracia.

Quizá Illa quiso hacer una referencia personal, quizá quiso hacer alusión a la parte menos PSC de su Gobierno, un guiño a la democracia cristiana que creíamos desaparecida, víctima del populismo, y alguna vez pudo inspirar CiU.

En cualquier caso las conexiones entre religión y nacionalismo son evidentes en cualquier geografía , responden a parecido pensamiento mágico. En Cataluña, cabría recordar a Marta Ferrusola, política nacionalista catalana y matriarca del clan Pujol, advirtiendo hace décadas de la probable conversión de las muy catalanas iglesias románicas en mezquitas no catalanas; también le molestaba la abundancia de ferias de abril en su territorio.

La evidencia muestra la diversidad indiscutible de la sociedad catalana que tiene hoy a Illa de presidente. Un tercio de la población catalana ha nacido fuera de Cataluña y más de un 20% en el extranjero; parte de ellos de confesión islámica, circunstancia esta última que sería el último problema.

Nada se parece más a una persona religiosa que otra persona religiosa, sean católicos, musulmanes o adventistas del Séptimo Día.

Quizá sean los ateos y personal que vive ajeno a la existencia de dioses los que puedan sentirse excluidos de tamaña declaración de principios políticos, y así se define al menos un 40% de la ciudadanía, condición perfectamente compatible con el apego a festejos y celebraciones de origen religioso que han marcado durante siglos el calendario social y en parte lo siguen haciendo.

Cabría preguntarse si es relevante políticamente en 2024  la confesión religiosa de un ministro de Sanidad, de un alcalde, de un concejal de Hacienda o del presidente de una Comunidad Autonóma. Los caminos por los que uno alcanza conciencia política y compromiso social tienen interés biográfico, quizá sociológico, pero es al menos dudosa su relevancia para calibrar el ejercicio de un cargo de responsabilidad ejecutiva.

Para ser alcalde de Londres o primer ministro británico la confesión religiosa no es un elemento decisivo; ni para ser alcaldesa de París, el lugar de nacimiento.

Habría que destacar que el humanismo cristiano es algo concreto, una filosofía política digna de análisis mas allá de que sea utilizada, por ejemplo, por colegios privados para camuflar su confesionalismo católico.

El humanismo sin apellidos -o con muchos- está muy ligado a la dignidad humana universal y a los derechos individuales, frente al teocentrismo medieval, se podría relacionar hoy con las políticas que amparan una justicia distributiva, el reparto menos desigual de los recursos.

El humanismo cristiano vendría y vino a compatibilizar un humanismo de tendencia laica y social con el contenido solidario del catolicismo y enganchar con una época en la segunda mitad del siglo XX que exigía lo primero con gentes formadas en lo segundo, vino a integrar condiciones materiales en las espirituales católicas.

Entendemos que Illa ha pensado que su adscripción religiosa sería bien recibida por una identidad política catalana ligada simbólicamente al catolicismo. Lo relevante es que Salvador Illa ha decidido destacar el componente religioso en una muy breve intervención a los pocos días de tomar posesión como máxima autoridad política de Cataluña.

La sociedad catalana y española requieren hoy de un sistema político inclusivo de la diversidad de los ciudadanos, más allá de la integración del que no coincida con la tradición o la identidad mayoritaria, que como nos hicieron descubrir Eric Hobsbawm y Julio Caro Baroja, son una construcción política, fechables en el tiempo y el espacio; con Álvarez Junco aprendimos además que la identidad es múltiple y cambiante a lo largo del tiempo.

El gran reto político actual es cómo dar respuesta a la diversidad, la derecha ha apostado por ondear la bandera de una identidad uniforme e inventada, la realidad ciudadana por el contrario es diversa y no solo en origen biológico y geográfico o de creencias religiosas.


miércoles, 19 de junio de 2024

Desinformación: también nacional y económica

Las elecciones al Parlamento Europeo celebradas en España el 9 de junio y estudios recientes han puesto sobre la mesa dos facetas de la desinformación habitualmente desatendidas: el componente fundamentalmente nacional del fenómeno, y la variable económica que explica su desarrollo y que podría utilizarse para desactivarla. El foco habitual es securitario y de procedencia extranjera, por tanto lo podemos enriquecer con acercamientos complementarios.

Advertidos sobre la amenaza rusa en los comicios, se ha acabado colando en el Parlamento Europeo como contribución hispana una agrupación de electores autodenominada "Se acabó la fiesta", con tres eurodiputados. De esto no habíamos sido alertados. Su cabeza, Luis Pérez Fernández, alias "Alvise”.

La trayectoria del impulsor del hasta el momento exitoso producto político ha estado vinculado a Ciudadanos (en la Comunidad Valenciana; seguidores de aquel extremo centro ya extinto le acompañan y le votan) aunque fundamentalmente es fruto del ecosistema de plataformas digitales donde florece la fabricación de bulos.

Habitualmente el recorrido de este tipo de contenidos falseados pasa por ser utilizados por organizaciones, medios de comunicación tradicionales y fuerzas políticas frecuentemente de derecha extrema y extrema derecha, pero en el caso que nos ocupa el fabricante ha decidido presentarse directamente a las elecciones, saltarse intermediarios entre productor y consumidor.

No es extraño ni en España ni en otros países la irrupción de perfiles estrambóticos aparentemente ajenos al mundo político, y las elecciones al Parlamento Europeo se prestan a este tipo de experimentos (50% de abstención y buena parte de los que depositaron su voto lo hicieron desde el estómago ulcerado); cabe recordar a personajes como Ruiz Mateos (con la totalidad de su numerosa familia aún imputada), aquel Jesús Gil, el mismo Trump, amparados estos ejemplos en una supuesta competencia empresarial previa que se acababa siempre demostrando ficticia, y su ejercicio político entre peligroso y preocupante.

La novedad en el caso actual es su procedencia desde el ecosistema digital contaminado y la producción de falsos contenidos informativos que denominamos desinformación. No muy alejada se encuentra la trayectoria del actual presidente argentino Javier Gerardo Milei, en su caso procedente de la degradación televisada a donde llegó desde la economía y antes su docencia.

El discurso político de Alvise -no presentó programa electoral el 9J- contiene muchas amenazadas de cárcel, racismo, mensajes antimonárquicos -en este punto se admiten pocas bromas-, desprestigio de las instituciones, ataques a la prensa y un patriotismo cervecero.

Ya lo tendremos cinco años en el Parlamento Europeo y amenaza con presentarse a las próximas elecciones generales. Entretanto auguramos una difícil convivencia con las organizaciones políticas más cercanas y con las instituciones de las que ya forma parte.

Una segunda faceta de la desinformación escasamente tratada es su dimensión económica. Digamos que la materia prima del ecosistema digital es hacer negocio con el tráfico de contenidos, poco importa su naturaleza, y la densidad del tráfico es rentabilizable por publicidad.

Toda campaña de desinformación tiene un interés, político en muchos casos, económico a menudo y combinado casi siempre.

En este sentido de poner el foco en los ingresos, un reciente estudio publicado en la revista Nature apuntaba a la publicidad como sustento de webs y personas especializadas en manipular contenidos digitales, y detrás de la publicidad hay plataformas digitales que controlan la distribución de contenidos; y empresas o instituciones que pagan por promocionarse, habría que matizar que la financiación publicitaria de estos contenidos puede ser consciente y voluntaria y también existe la posibilidad de que las empresas no controlen el soporte final de su publicidad al gestionarse la ubicación por intermediarios automatizados (artículo referido: Ahmad, W., Sen, A., Eesley, C. et al., Companies inadvertently fund online misinformation despite consumer backlash. En Nature 630, 123–131 (2024). https://doi.org/10.1038/s41586-024-07404-1).

Según el análisis publicado en Nature, "mejorar la transparencia para los anunciantes sobre dónde aparecen sus anuncios podría por sí solo reducir la publicidad en sitios web de desinformación, especialmente entre empresas que antes desconocían que sus anuncios aparecían en dichos medios y, por lo tanto, inadvertidamente financiaban la información errónea".

Añaden que "nuestros resultados sugieren que tanto la simple divulgación de información como las clasificaciones comparativas pueden reducir la demanda de los consumidores de las empresas que anuncian en sitios web de información errónea".

Existen ya organizaciones que denuncian y alertan a las empresas del soporte digital donde finalmente aparece su publicidad, y en no pocos casos la acaban retirando ante el riesgo de publicidad negativa, crisis reputacional o rechazo de los consumidores (campañas de boicot).

Resulta de interés atender con este enfoque al origen de la desinformación, su financiación y los intermediarios, cuando normalmente se centra la atención en el ciudadano consumidor final (a él se dirigen las iniciativas de alfabetización mediática) o en desmentir la falsedad de los contenidos falsificados ya en circulación (fact checkers, verificadores).

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha anunciado la próxima presentación de un paquete de medidas de regeneración democrática que contemplará previsiblemente algún tipo de iniciativa relacionada con la desinformación. El marco ha sido y será la Unión Europea y su estrategia puesta en marcha desde 2018, con mucha insistencia sobre la desinformación de origen ruso y su aparente y no demostrada capacidad de alterar mentes y votos. 

Sin embargo, lo más interesante puesto en marcha en el último lustro desde Bruselas y Estrasburgo se centra en la transmisión de los contenidos, la responsabilidad de las grandes plataformas digitales y la transparencia sobre publicidad y financiación, línea seguida por reciente normativa sobre servicios digitales y sobre medios de comunicación, más que en la naturaleza de los contenidos, de difícil control, sobre todo por principios democráticos.

Como existen precedentes, esperamos en cualquier caso mucho ruido sobre las iniciativas que finalmente se presenten: los impulsores y beneficiarios mediáticos y políticos de la desinformación ya se han puesto en guardia y preparan respuesta.