La respuesta, una de ellas o una muy visible, es la búsqueda de certezas en el pasado, rememorando y la mayor parte de las veces inventando directamente un escenario idealizado que dibuja una Transición sin violencia, la dictadura edulcorada, un colonialismo sin colonos, colonizadores ni población local. Se ha llegado a idealizar hasta la Guerra Fría, con la amenaza muy cierta de destrucción mutua asegurada, sus guerras por delegación, una carrera de armamento enloquecida, golpes de Estado patrocinados, presentada como una etapa hoy envidiable de estabilidad, quizá por eso algunos se empeñan en reeditarla; se repite con la seguridad de no encontrar respuesta que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, y hasta parte de la muchachada parece que se ha creído el disparate.
Pasamos los días mirando constantemente por el retrovisor, celebrando aniversarios y conmemoraciones y fechas históricas; mucho pasado y poco futuro.
El pasado muestra una capacidad de empuje envidiable, sumado a las fricciones del presente (quienes se resisten al cambio), a menudo neutralizan la atracción del futuro.
Un enfoque de interés intermedio, nostalgia prospectiva podríamos llamarlo, lo ha encontrado la Fundación Telefónica con la muy recomendable exposición "La gran imaginación. Historias del futuro", en el edificio histórico de la compañía en Madrid (hasta abril de 2022), con la que se propone una reflexión sobre los diferentes futuros imaginados durante los últimos tres siglos.
La muestra es una invitación a plantearnos cómo cada época ha imaginado el porvenir, ejercicio que se ha ido intensificando al calor de la revolución industrial y tecnológica desde el siglo XVIII, aunque uno sospecha que la literatura medieval de viajes ('rihla' en la cultura árabe, presente también en otras muchas) era el canal en la época para inventar mundos posibles.
Uno de los hallazgos de la exposición es que categoriza en cuatro grandes apartados los futuros inventados por nuestra especie en los últimos siglos. Siguiendo los trabajos del especialista Jim Dator, las diferentes visiones prospectivas pueden agruparse en cuatro arquetipos de futuro: Crecimiento / Continuidad, Colapso, Disciplina y Transformación. Pensemos en literatura o cine, ciencia ficción, incluso ensayos sesudos de prospectiva y sin mucho esfuerzo los podríamos ir clasificando en alguna de esas cuatro categorías, que no son excluyentes.
El crecimiento ininterrumpido ha sido tradicionalmente uno de los motores deseados de la humanidad, el más frecuente de los cuatro futuros; 'viva el progreso', gritaban en las celebraciones del paso del siglo XIX al XX; el crecimiento constante está en la base de la triunfante economía de mercado y hasta hoy alguno se atreve a cuestionarlo, por el reparto desigual de los beneficios, y hay incluso quienes defienden un decrecimiento, ya inventado por los amish y otros retrógados. Continuidad de tendencias actuales sería este apartado, proyección lineal de lo conocido.
El colapso centra como gran amenaza muchos de los ejercicios de prospectiva actuales, si bien parecen influidos por el hecho de que normalmente están financiados por el amplio sector de la seguridad y la defensa, y curiosamente las predicciones resultan repletas de escenarios catastrofistas. En el colapso coinciden quienes buscan financiación para evitarlo y muchos otros que de buena fe (con buenos propósitos) tratan así de conseguir el carísimo minuto de atención de un ciudadano sobre estimulado que hoy se disputan anunciantes y profetas, planteando un apocalipsis medioambiental, demográfico (nunca se cumplen), ideológico o cultural. Al cajón de este futuro catastrófico hay que introducir todo el cine de meteoritos y marcianos invasores, metáfora muy practicada de invasiones más cercanas, y marco ideal para el surgimiento de héroes salvadores, que dan mucho juego en la ficción. El colapso puede ser también germen de una nueva sociedad distinta o mejor, implica un nuevo comienzo, estas categorías propuestas no determinan la bondad o maldad del futurible.
La disciplina está detrás de futuros imaginados como 1984 de George Orwell (a los intransigentes les gusta mucho utilizar la novela para denunciar la normalidad), sociedades controladas por Gobiernos autoritarios, también en otras versiones que auguran un planeta globalizado de uniformidad. La ficción televisiva sitúa aquí criadas y calamares.
Sorprende que a pesar de sociedades crecientemente diversas y mejor formadas, se imaginen escenarios de control absoluto y ciudadanía uniforme, objetivo complicado viendo que hasta los regímenes autoritarios gustan de simulacros electorales.
Y habría que incluir también variadas formas de disciplina a partir de obediencias voluntarias a grandes causas, causas superiores para sus creyentes.
La transformación resulta más difícil de encontrar en este cuarteto de arquetipos futuros. En la actualidad abunda un futuro alternativo basado en el poder transformador de la tecnología, algoritmos que controlan nuestras vidas (al parecer, sin que nadie los programe), robots autónomos (incluidos los encargados de matar humanos), inteligencia artificial, ingeniería genética. Hemos pasado en poco tiempo de la fascinación tecnológica a la amenaza digital. "La difusión de las tecnologías actuales y la creación y difusión de nuevas tecnologías cambian comportamientos, que, a su vez, cambian las creencias", afirma el referido Dator.
El pesimismo reinante tiene una alta capacidad de movilización, pero un prestigio intelectual algo sobrevalorado.
Animemos al resto y a nosotros mismos a imaginar futuros deseables, proyectando anhelos de mejora. Imaginemos y equivoquémonos imaginando futuros. y recordemos que quien no duda se convierte en un peligro para los demás.
Julio Verne escribió un relato breve con el título "La jornada de un periodista norteamericano en 2889", un tanto ladrillo pero con un buen arranque: "Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de un espectáculo de magia continua, sin que parezcan darse cuenta de ello. Hastiados de las maravillas, permanecen indiferentes ante lo que el progreso les aporta cada día".
Cualquier futuro imaginado deberá partir de un análisis fino del presente, porque es el origen y el destino último de cualquier prospectiva.