miércoles, 12 de julio de 2023

Condenado por derrotismo

El derrotismo, "actitud de desaliento o pesimismo en cualquier empeño", según definición de la RAE, está de actualidad en este ciclo electoral que incluye -al menos- las elecciones municipales y autonómica de mayo de 2023, las elecciones generales de julio de 2023 y probablemente alcance las elecciones al Parlamento europeo de junio de 2024, pesimismo general sobre el país, que no sobre la situación personal de cada uno; a nivel de partido político, pesimismo sobre los tuyos, que alcanza a no pocos en la izquierda jaleados en su desaliento por la derecha. El fenómeno no tiene delito, pero lo tuvo.

Sorprende / Resulta que el Código Penal Militar ha recogido hasta ya avanzado este siglo XXI el delito de derrotismo, según el texto vigente desde 1985 hasta 2015 (Ley Orgánica 13/1985, de 9 de diciembre), en el apartado de delitos contra la seguridad nacional y defensa nacional:

"Derrotismo. Artículo sesenta y cuatro.

El que, declarada o generalizada la guerra, con el fin de desacreditar la intervención de España en ella, realizare públicamente actos contra la misma o contra las Fuerzas Armadas españolas, será castigado con la pena de seis meses a seis años de prisión o con la de confinamiento o destierro. Con la misma pena será castigado el que en igual forma y circunstancias divulgare noticias o informaciones falsas con el fin de debilitar la moral de la población o de provocar la deslealtad o falta de espíritu entre los militares españoles.

En ambos casos, si el culpable fuere militar se impondrá la pena en su mitad superior.

La defensa de soluciones pacíficas a los conflictos no será considerada derrotismo bélico a los efectos de este artículo".

Sin desperdicio, todo magro. Agradezco el descubrimiento a Miguel Silva, memoria viva del Ministerio de Defensa español y colaborador necesario en la elaboración de la normativa que regula y ha regulado estas materias durante tres décadas, larga trayectoria hasta el punto de que ha tenido ocasión de enmendarse a sí mismo en claro ejercicio de salud mental, lejos de los anclados en la nostalgia.

El texto es asombroso, lleno de luces deslumbrantes y sombras tenebrosas, desde la guerra que ya nadie declara hasta la pena de destierro ("de tres meses y un día a seis años"), que provoca la cuestión sobre  adónde habría que enviar hoy a los condenados cuando Lanzarote o Fuerteventura se han convertido en destinos turísticos, quizá el destierro sería hoy el centro gentrificado de algunas grandes ciudades o la irrelevancia digital.

Antiguo y moderno al mismo tiempo, el Código Penal Militar durante 30 años muy recientes hacía referencia a quienes divulgasen noticias o informaciones falsas con el fin de castigar la moral de la población o erosionar el espíritu militar, con lo que el legislador se adelantó en varias décadas a la actual preocupación por la desinformación de civiles y militares, se adelantó al menos a penalizarlo, porque la solución sigue en busca y captura (algo tiene que ver la educación en la salida, la cívica y la reglada).

Se observa que los candidatos a condenados por derrotismo podrían ser civiles o militares, aunque juzgados por militares, mismo tribunal verde oliva que decidiría lo que fuera o no una noticia falsa.

Consuela en cualquier caso, pensando por ejemplo en la actual situación de guerra no declarada en Ucrania, que la defensa de soluciones pacíficas a los conflictos no sería considerada derrotismo bélico, con lo que los partidarios de una solución pacífica al conflicto en Ucrania podrían perfectamente salir del armario, con el actual y el anterior Código Penal Militar.

Desaparecida la pena, el derrotismo hoy sólo podría tener un castigo que sería la desafección de la mayoría, cosa que no se produce, porque el derrotismo propio siempre encuentra altavoces ajenos y uno se siente escuchado; y el derrotismo patrio se defiende con fecha de caducidad, hasta que los afines  ganen las elecciones y levanten el nuevo edificio desde los escombros actuales, es un decir.

Sobrevolando todo lo anterior se encuentra el mayor prestigio intelectual y social del pesimista sobre el optimista, aún en contra de las evidencias objetivas, parece que el derrotista es fruto de una profunda reflexión y quien destaca aspectos positivos se ha fumado alguna sustancia alucinógena.

El derrotista en cualquier caso se encuentra cómodo en su papel y recuerda a aquel 'cono del silencio' de Maxwell Smart, el Superagente 86 que entretuvo nuestra juventud televisiva, que se cubría con una campana precaria de metacrilato cuando quería mantener el secreto de sus conversaciones; existía también una versión portátil, otra 'paraguas del silencio' e incluso en algún capítulo los protagonistas se encerraron en un 'guardarropa del silencio'. El invento solía acabar malfuncionando contra sus usuarios.

Mucho han cambiado las cosas. Que nada impida hoy airear nuestra visión pesimista de la realidad. Hasta que lleguen los nuestros; o hasta que los otros con sus políticas ultras alimenten nuestras pilas semigastadas y decidamos hacer algo para impedirlo, quizá dentro de cuatro años.