sábado, 23 de marzo de 2024

¿Está España en guerra?

Asistimos a un lenguaje bélico y a una movilización de recursos económicos y militares a un nivel que nos debe llevar a preguntarnos si España está en guerra en marzo de 2024.

Habría que comenzar señalando que los países ya no declaran la guerra. Lo cierto es que la guerra está prohibida como forma de resolver conflictos entre Estados, la fecha se sitúa alrededor de 1945, con el planeta espantado con la segunda gran guerra europea y luego mundial, cuando Naciones Unidas apuesta en su Carta por el arreglo pacífico de las diferencias: "Las partes en una controversia cuya continuación sea susceptible de poner en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales tratarán de buscarle solución, ante todo, mediante la negociación, la investigación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección".

Añade que "ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales".

Queda así reducida la utilización de la fuerza, entendemos que militar, a la legítima defensa, a las guerras civiles que aparecen en otro lugar (asunto interno) y a la fuerza aprobada por el Consejo de Seguridad. Pocas excepciones se pueden añadir, salvo el derecho de un  pueblo colonizado a liberarse, que se fue configurando en las décadas siguientes; y por el cambio de siglo apareció la injerencia humanitaria, la responsabilidad de proteger, que no ha acabado de cuajar tras la mala experiencia libia.

A pesar de lo que diga el derecho internacional y la ONU, la realidad es que las guerras existen y asistimos hoy en directo a dos especialmente cercanas en Ucrania y Palestina-Israel, coinciden en este tiempo ambos conflictos con nosotros, otra cosa es que nos estemos enterando de lo que está ocurriendo.

En este marco, la ministra de Defensa, Margarita Robles, declara a mediados de marzo de 2024 en una entrevista en La Vanguardia que "la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente". Se lanza el mensaje de un peligro inminente y una ciudadanía despreocupada, que de ser ciertos ambos factores obligarían a una pedagogía permanente desde los ámbitos responsables de nuestra seguridad.

Se insiste a menudo en una ciudadanía menor de edad, inconsciente de los peligros que nos acechan, también se aplica la visión a Europa -entidad política infantil, al parecer, formada por Estados muy maduros-, a lo que habría que responder con respeto e información; la alterativa sería un discurso comprensible para un adolescente de 14 años, como se ha concluido de los mensajes de Trump, con variantes como 'los malos' que trufan también aquí muchas de las intervenciones públicas de nuestros uniformados.

"La amenaza es total y absoluta", se nos dice, "Europa tiene que ser consciente de que el peligro está muy cerca; no es una pura hipótesis, es real, la civilización puede ser atacada por personas sin escrúpulos como Putin".

En términos militares relacionados con la guerra en Ucrania la posición de España es coordinada e indistinguible de las organizaciones internacionales de las que formamos parte y con cuyos miembros nos une el compromiso de asistencia militar mutua, por el artículo 42(7) del Tratado de la UE y el artículo 5 del Tratado de Washington (OTAN), en el caso de recibir una agresión armada, se entiende, explícitamente o no, un ataque contra el territorio.

A tenor de las declaraciones públicas y la reacción en la práctica, en España, la UE y la OTAN hemos decidido aparentemente que la agresión rusa contra Ucrania de febrero de 2022 supone una amenaza existencial, sólo así se explican las actuaciones puestas en marcha; y resulta que una Ucrania hostil es percibida en Rusia también como una amenaza existencial. Con este escenario, y teniendo en cuenta la capacidad nuclear de ambos bandos, la victoria militar resulta imposible y entra como objetivo el desgaste del contrario a largo plazo.

La guerra en muchos casos puede ser un término utilizado en sentido amplio, así como se emplea para referirse a la guerra contra el tabaco, la obesidad o la diabetes. Aunque ni en este sentido metafórico convendría relajarse pues aquella autodenominada guerra contra el terror, la  utilización del terrorismo como marco para justificar operaciones militares, amparó desde comienzos de siglo conflictos armados cuyo balance ha superado con creces el millón de muertos, principalmente en Irak, Afganistán y Siria.

España tiene en la actualidad 622 militares desplegados en Letonia, país fronterizo con Rusia, contingente que incluye carros de combate; y se acaba de completar el despliegue de 700 militares y 250 vehículos del Ejército de Tierra en Eslovaquia.

España tiene previsto además durante 2024 el despliegue de ocho cazas en Letonia y en Rumanía, en rotaciones de cuatro meses que suponen el traslado de 150 militares. A lo anterior se suman 40 militares españoles en Rumanía operando un radar, país fronterizo con Ucrania y el mar Negro.

En cuanto a la Armada, España asumió el mando este mes de enero de la Agrupación Naval permanente número 1 de la OTAN, que moviliza al menos a otros 400  militares españoles y opera en el mar del Norte.

El esfuerzo económico en Defensa, el apoyo a Ucrania, los sistemas de armas propios y compromisos de gasto están siendo también intensos. Sólo mencionar que con el presidente Sánchez el presupuesto del Ministerio de Defensa se ha incrementado alrededor del 50% en apenas un lustro; más una larga serie de acuerdos del Consejo de Ministros  de adquisición de nuevos sistemas de armamento que pueden sumar alrededor de 20.000 millones de euros que se pagan a medio y largo plazo. El silencio de la oposición conservadora lo convierte probablemente en el mayor acuerdo político no expresado en el país, toda vez que el PP ha decido dinamitar Europa como espacio compartido.

Visto lo visto, ante la pregunta inicial habría que responder provisionalmente que sí, España participa activamente en una guerra, aunque delegada, 'guerra proxy', que llaman, apoyamos con todos los medios económicos y armamentísticos, incluso formamos a militares ucranianos en territorio nacional, pero la primera línea de combate y las víctimas mortales las pone otro.

España está en guerra, teniendo en cuenta recursos económicos, armamentísticos y militares desplegados, también según los recursos dialécticos, retóricos; y el salto a una guerra convencional lo marcarían los fallecidos propios, que podrían producirse por combates con tropas españolas sobre el terreno en Ucrania (hasta hoy no contemplado, aunque se reconoce que ya hay militares de países miembros de la OTAN), por ataques recibidos en aguas o países vecinos a Rusia donde operamos, por ataques rusos a objetivos militares en España en caso de una escalada que se podría producir por decisión consciente de las partes o por chispa accidental.

Ante el panorama descrito se requiere trasladar a la ciudadanía mensajes complejos, promover el debate público y parlamentario, ingredientes no muy utilizados en asuntos relacionados con la Defensa, la seguridad y las Fuerzas Armadas, que suelen vivir más cómodamente en la ausencia de explicaciones y sin rendición de cuentas de decisiones tomadas.

La permanente minoría de edad de la sociedad española en materia de seguridad se podría afrontar con educación ciudadana, formación y responsabilidad política y técnica, por probar, y luego analizamos resultados.

Hasta que ocurra nos quedamos con algunas certezas: la seguridad de que nos hacemos preguntas, el  gasto público en ascenso, la imposible victoria militar sobre Rusia; tenemos certezas como la ausencia de declaración de guerra, la ausencia de debate y de muertos propios; y que la situación es tan explosiva que el equilibrio actual podría estallar en cualquier momento.

La gran incógnita es la cantidad de recursos que se están dedicando para el día después, para adelantar escenarios alternativos o construir la futura relación de vecindad entre la UE y Rusia.

Artículo publicado también en Blog IDAPS, La Hora Digital y Atalayar.


domingo, 10 de marzo de 2024

Palestina en Eurovisión

Resulta que Australia participa en el festival de Eurovisión desde 2015. Son más de 17.000 kilómetros los que separan Zahara de los Atunes y Camberra, ¿cuál es entonces la explicación? Pues porque nos gusta y porque nos divierte, que cantaban Los Ronaldos, más una pizca de historia inglesa y porque son de origen mayoritariamente europeo, fruto de un tipo específico de colonialismo anglo que desplaza a la población local, hacia otros lugares u otros mundos, y sitúa a colonos, que hoy mismo podemos contemplar en algunos lugares de Oriente Próximo.

La trayectoria de Israel en el Festival Europeo de la Canción es aún más larga, se remonta a 1973, año recordado por la guerra del Yom Kipur, el Gran Día (en árabe se dice muy parecido) de fiesta que los vecinos aprovecharon para atacar, una actuación que hoy pertenece a la arqueología política de las cosas imposibles que vuelvan a suceder.

Israel ha llegado incluso a ganar Eurovisión en cuatro ocasiones. Destaquemos entre sus representantes a la cantante israelí Noa en 2009, artista de origen familiar yemení, podríamos considerarla una judía árabe, familia de religión judía y cultura árabe, como cientos de miles de habitantes de Oriente Próximo y Mágreb durante siglos, hasta los años sesenta del siglo pasado.

Australia e Israel son la muestra de que Europa es más que un marco geográfico, es una idea política, garantía de Derecho, libertades y desarrollo para sus nacionales, no llega a ser un estado de ánimo, como se dice de Tánger, pero se acerca, e incluye en el club a quien le apetece, y excluye por los mismos motivos aunque el candidato sea tan europeo como Turquía.

La Unión Europea de Radiodifusión dice regirse por normas, y una de ellas prohíbe y sanciona las manifestaciones políticas. La edición del Festival Europeo de la Canción de 2024 (Malmö, Suecia, en mayo, tras ganar en la edición pasada la cantante Loreen, sueca de origen marroquí) ha nacido ya con cierta polémica a cuenta de la participación de Israel, el contenido de su participación -les han forzado a cambiar tema y letra- y las llamadas a su exclusión.

Con más de 31.000 muertos encima de la mesa en seis meses de violencia extrema, muchas voces defienden la expulsión de Israel del certamen, como se hizo hace dos años con Rusia. 

La Unión Europea de Radiodifusión (EBU-UER) anunció en 2022 el boicot a la participación de Rusia en el Festival de la Canción de Eurovisión de ese año porque "a la luz de la crisis sin precedentes en Ucrania, la inclusión de una participación rusa en el Concurso de este año desacreditaría la competencia" (quizá quisieron decir competición).

"La EBU es una organización apolítica de emisoras comprometidas con la defensa de los valores del servicio público", decían de sí mismos. "Seguimos dedicados a proteger los valores de una competición cultural que promueve el intercambio y la comprensión internacionales, reúne al público, celebra la diversidad a través de la música y une a Europa en un mismo escenario", justificaban la exclusión.

El distinto tratamiento a Rusia e Israel en el concurso alimenta la visión muy real de doble moral por parte de la organización, opinión muy extendida fuera de lo que se ha venido en llamar Occidente, otra etiqueta no geográfica.  Sobre la politización del festival, recordemos que Ucrania venció en la edición de 2022 por motivos extra musicales, muy políticos, para regocijo generalizado.

Para completar el contexto, recordemos que Islandia, pequeño y poco habitado país al norte de todos los nortes, conocido por producir a Björk y otros músicos inclasificables, fue multada en 2019 por la organización del festival porque sus participantes exhibieron una bandera palestina. Este 2024, un cantante palestino ha estado a punto de ganar la representación del país en Eurovisión, ha quedado segundo en el espectáculo de selección, con un tema cantado en islandés, pues en Islandia y otros sitios es el idioma lo que mejor representa la identidad cultural, más allá del origen y lugar de nacimiento del cantante.

Defendamos desde aquí el arte, la cultura y el deporte al margen de consideraciones políticas, defendamos la participación libre de cualquiera al margen del comportamiento de los dirigentes de su país, algunos recordamos vagamente en nuestra infancia el boicoteo mutuo de EEUU y la URSS a sus juegos olímpicos respectivos.  Ahora bien, si excluimos debiera aplicarse la nueva regla a todo caso.

Difícil evitar en la edición de 2024 la contaminación política palestina  del concurso, por los muertos, por los prolegómenos, por el Benidorm Fest islandés, por la pegatina de los Goya, porque es la actualidad y los artistas suelen ser gente sensible a las tragedias y a la actualidad.

Separar cultura y política es imposible hasta en Eurovisión, con su defensa por ejemplo edición tras edición de opciones sexuales no convencionales, eso es política con mayúsculas, y la participación de Israel también lo es.

Desde esta columna lanzamos una petición a la Unión Europea de Radiodifusión: que se estudie la participación de Palestina en próximas ediciones del concurso, si llegara algún día a materializarse esa idea de los dos Estados vecinos. Comparte espacio geográfico con Israel, Mediterráneo con Europa, comparte monoteísmo, cercanía también cultural y condición de víctima de una limpieza étnica, en su caso en marcha.

O mejor propuesta aún, que la representación de un futuro único Estado democrático y aconfesional que integre a todos los ciudadanos de la Palestina histórica, independientemente de sus creencias, se alterne un año en hebreo y otro en árabe, o una estrofa en cada idioma.

Lo que está claro es que tanto derecho como cualquiera tienen los palestinos a estar presentes en Eurovisión, y hasta que sea con música ya están allí políticamente instalados, muy especialmente en la edición de 2024.

Artículo publicado también en La Hora Digital.