Asistimos a un lenguaje bélico y a una movilización de recursos económicos y militares a un nivel que nos debe llevar a preguntarnos si España está en guerra en marzo de 2024.
Habría que comenzar señalando que los países ya
no declaran la guerra. Lo cierto es que la guerra está prohibida como forma de
resolver conflictos entre Estados, la fecha se sitúa alrededor de 1945, con el
planeta espantado con la segunda gran guerra europea y luego mundial, cuando
Naciones Unidas apuesta en su Carta por el arreglo pacífico de las diferencias:
"Las partes en una controversia cuya continuación sea susceptible de poner
en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales tratarán
de buscarle solución, ante todo, mediante la negociación, la investigación, la
mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a
organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección".
Añade que "ninguna disposición de esta Carta
menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva,
en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto
que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la
paz y la seguridad internacionales".
Queda así reducida la utilización de la fuerza,
entendemos que militar, a la legítima defensa, a las guerras civiles que
aparecen en otro lugar (asunto interno) y a la fuerza aprobada por el Consejo
de Seguridad. Pocas excepciones se pueden añadir, salvo el derecho de un
pueblo colonizado a liberarse, que se fue configurando en las décadas
siguientes; y por el cambio de siglo apareció la injerencia humanitaria, la
responsabilidad de proteger, que no ha acabado de cuajar tras la mala
experiencia libia.
A pesar de lo que diga el derecho internacional y
la ONU, la realidad es que las guerras existen y asistimos hoy en directo a dos
especialmente cercanas en Ucrania y Palestina-Israel, coinciden en este tiempo
ambos conflictos con nosotros, otra cosa es que nos estemos enterando de lo que
está ocurriendo.
En este marco, la ministra de Defensa, Margarita
Robles, declara a mediados de marzo de 2024 en una entrevista en La
Vanguardia que "la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no
es del todo consciente". Se lanza el mensaje de un peligro inminente y una
ciudadanía despreocupada, que de ser ciertos ambos factores obligarían a una
pedagogía permanente desde los ámbitos responsables de nuestra seguridad.
Se insiste a menudo en una ciudadanía menor de
edad, inconsciente de los peligros que nos acechan, también se aplica la visión
a Europa -entidad política infantil, al parecer, formada por Estados muy
maduros-, a lo que habría que responder con respeto e información; la
alterativa sería un discurso comprensible para un adolescente de 14 años, como
se ha concluido de los mensajes de Trump, con variantes como 'los malos' que
trufan también aquí muchas de las intervenciones públicas de nuestros
uniformados.
"La amenaza es total y absoluta", se
nos dice, "Europa tiene que ser consciente de que el peligro está muy
cerca; no es una pura hipótesis, es real, la civilización puede ser atacada por
personas sin escrúpulos como Putin".
En términos militares relacionados con la guerra
en Ucrania la posición de España es coordinada e indistinguible de las
organizaciones internacionales de las que formamos parte y con cuyos miembros
nos une el compromiso de asistencia militar mutua, por el artículo 42(7) del
Tratado de la UE y el artículo 5 del Tratado de Washington (OTAN), en el caso
de recibir una agresión armada, se entiende, explícitamente o no, un ataque
contra el territorio.
A tenor de las declaraciones públicas y la
reacción en la práctica, en España, la UE y la OTAN hemos decidido
aparentemente que la agresión rusa contra Ucrania de febrero de 2022 supone una
amenaza existencial, sólo así se explican las actuaciones puestas en marcha; y
resulta que una Ucrania hostil es percibida en Rusia también como una amenaza
existencial. Con este escenario, y teniendo en cuenta la capacidad nuclear de
ambos bandos, la victoria militar resulta imposible y entra como objetivo el
desgaste del contrario a largo plazo.
La guerra en muchos casos puede ser un término
utilizado en sentido amplio, así como se emplea para referirse a la guerra
contra el tabaco, la obesidad o la diabetes. Aunque ni en este sentido
metafórico convendría relajarse pues aquella autodenominada guerra contra el
terror, la utilización del terrorismo como marco para justificar
operaciones militares, amparó desde comienzos de siglo conflictos armados cuyo
balance ha superado con creces el millón de muertos, principalmente en Irak,
Afganistán y Siria.
España tiene en la actualidad 622 militares
desplegados en Letonia, país fronterizo con Rusia, contingente que incluye
carros de combate; y se acaba de completar el despliegue de 700 militares
y 250 vehículos del Ejército de Tierra en Eslovaquia.
España tiene previsto además durante 2024 el
despliegue de ocho cazas en Letonia y en Rumanía, en rotaciones de cuatro meses
que suponen el traslado de 150 militares. A lo anterior se suman 40 militares
españoles en Rumanía operando un radar, país fronterizo con Ucrania y el mar
Negro.
En cuanto a la Armada, España asumió el mando
este mes de enero de la Agrupación Naval permanente número 1 de la OTAN, que
moviliza al menos a otros 400 militares españoles y opera en el mar del
Norte.
El esfuerzo económico en Defensa, el apoyo a
Ucrania, los sistemas de armas propios y compromisos de gasto están siendo
también intensos. Sólo mencionar que con el presidente Sánchez el presupuesto
del Ministerio de Defensa se ha incrementado alrededor del 50% en apenas un
lustro; más una larga serie de acuerdos del Consejo de Ministros de
adquisición de nuevos sistemas de armamento que pueden sumar alrededor de
20.000 millones de euros que se pagan a medio y largo plazo. El silencio de la
oposición conservadora lo convierte probablemente en el mayor acuerdo político
no expresado en el país, toda vez que el PP ha decido dinamitar Europa como
espacio compartido.
Visto lo visto, ante la pregunta inicial habría
que responder provisionalmente que sí, España participa activamente en una
guerra, aunque delegada, 'guerra proxy', que llaman, apoyamos con todos los
medios económicos y armamentísticos, incluso formamos a militares ucranianos en
territorio nacional, pero la primera línea de combate y las víctimas mortales
las pone otro.
España está en guerra, teniendo en cuenta
recursos económicos, armamentísticos y militares desplegados, también según los
recursos dialécticos, retóricos; y el salto a una guerra convencional lo
marcarían los fallecidos propios, que podrían producirse por combates con
tropas españolas sobre el terreno en Ucrania (hasta hoy no contemplado, aunque
se reconoce que ya hay militares de países miembros de la OTAN), por ataques recibidos en aguas o países
vecinos a Rusia donde operamos, por ataques rusos a objetivos militares en
España en caso de una escalada que se podría producir por decisión consciente
de las partes o por chispa accidental.
Ante el panorama descrito se requiere trasladar a
la ciudadanía mensajes complejos, promover el debate público y parlamentario,
ingredientes no muy utilizados en asuntos relacionados con la Defensa, la
seguridad y las Fuerzas Armadas, que suelen vivir más cómodamente en la
ausencia de explicaciones y sin rendición de cuentas de decisiones tomadas.
La permanente minoría de edad de la sociedad
española en materia de seguridad se podría afrontar con educación ciudadana,
formación y responsabilidad política y técnica, por probar, y luego analizamos
resultados.
Hasta que ocurra nos quedamos con algunas
certezas: la seguridad de que nos hacemos preguntas, el gasto público en
ascenso, la imposible victoria militar sobre Rusia; tenemos certezas como la
ausencia de declaración de guerra, la ausencia de debate y de muertos propios;
y que la situación es tan explosiva que el equilibrio actual podría estallar en
cualquier momento.
La gran incógnita es la cantidad de recursos que
se están dedicando para el día después, para adelantar escenarios alternativos
o construir la futura relación de vecindad entre la UE y Rusia.
Artículo publicado también en Blog IDAPS, La Hora Digital y Atalayar.