domingo, 10 de marzo de 2024

Palestina en Eurovisión

Resulta que Australia participa en el festival de Eurovisión desde 2015. Son más de 17.000 kilómetros los que separan Zahara de los Atunes y Camberra, ¿cuál es entonces la explicación? Pues porque nos gusta y porque nos divierte, que cantaban Los Ronaldos, más una pizca de historia inglesa y porque son de origen mayoritariamente europeo, fruto de un tipo específico de colonialismo anglo que desplaza a la población local, hacia otros lugares u otros mundos, y sitúa a colonos, que hoy mismo podemos contemplar en algunos lugares de Oriente Próximo.

La trayectoria de Israel en el Festival Europeo de la Canción es aún más larga, se remonta a 1973, año recordado por la guerra del Yom Kipur, el Gran Día (en árabe se dice muy parecido) de fiesta que los vecinos aprovecharon para atacar, una actuación que hoy pertenece a la arqueología política de las cosas imposibles que vuelvan a suceder.

Israel ha llegado incluso a ganar Eurovisión en cuatro ocasiones. Destaquemos entre sus representantes a la cantante israelí Noa en 2009, artista de origen familiar yemení, podríamos considerarla una judía árabe, familia de religión judía y cultura árabe, como cientos de miles de habitantes de Oriente Próximo y Mágreb durante siglos, hasta los años sesenta del siglo pasado.

Australia e Israel son la muestra de que Europa es más que un marco geográfico, es una idea política, garantía de Derecho, libertades y desarrollo para sus nacionales, no llega a ser un estado de ánimo, como se dice de Tánger, pero se acerca, e incluye en el club a quien le apetece, y excluye por los mismos motivos aunque el candidato sea tan europeo como Turquía.

La Unión Europea de Radiodifusión dice regirse por normas, y una de ellas prohíbe y sanciona las manifestaciones políticas. La edición del Festival Europeo de la Canción de 2024 (Malmö, Suecia, en mayo, tras ganar en la edición pasada la cantante Loreen, sueca de origen marroquí) ha nacido ya con cierta polémica a cuenta de la participación de Israel, el contenido de su participación -les han forzado a cambiar tema y letra- y las llamadas a su exclusión.

Con más de 31.000 muertos encima de la mesa en seis meses de violencia extrema, muchas voces defienden la expulsión de Israel del certamen, como se hizo hace dos años con Rusia. 

La Unión Europea de Radiodifusión (EBU-UER) anunció en 2022 el boicot a la participación de Rusia en el Festival de la Canción de Eurovisión de ese año porque "a la luz de la crisis sin precedentes en Ucrania, la inclusión de una participación rusa en el Concurso de este año desacreditaría la competencia" (quizá quisieron decir competición).

"La EBU es una organización apolítica de emisoras comprometidas con la defensa de los valores del servicio público", decían de sí mismos. "Seguimos dedicados a proteger los valores de una competición cultural que promueve el intercambio y la comprensión internacionales, reúne al público, celebra la diversidad a través de la música y une a Europa en un mismo escenario", justificaban la exclusión.

El distinto tratamiento a Rusia e Israel en el concurso alimenta la visión muy real de doble moral por parte de la organización, opinión muy extendida fuera de lo que se ha venido en llamar Occidente, otra etiqueta no geográfica.  Sobre la politización del festival, recordemos que Ucrania venció en la edición de 2022 por motivos extra musicales, muy políticos, para regocijo generalizado.

Para completar el contexto, recordemos que Islandia, pequeño y poco habitado país al norte de todos los nortes, conocido por producir a Björk y otros músicos inclasificables, fue multada en 2019 por la organización del festival porque sus participantes exhibieron una bandera palestina. Este 2024, un cantante palestino ha estado a punto de ganar la representación del país en Eurovisión, ha quedado segundo en el espectáculo de selección, con un tema cantado en islandés, pues en Islandia y otros sitios es el idioma lo que mejor representa la identidad cultural, más allá del origen y lugar de nacimiento del cantante.

Defendamos desde aquí el arte, la cultura y el deporte al margen de consideraciones políticas, defendamos la participación libre de cualquiera al margen del comportamiento de los dirigentes de su país, algunos recordamos vagamente en nuestra infancia el boicoteo mutuo de EEUU y la URSS a sus juegos olímpicos respectivos.  Ahora bien, si excluimos debiera aplicarse la nueva regla a todo caso.

Difícil evitar en la edición de 2024 la contaminación política palestina  del concurso, por los muertos, por los prolegómenos, por el Benidorm Fest islandés, por la pegatina de los Goya, porque es la actualidad y los artistas suelen ser gente sensible a las tragedias y a la actualidad.

Separar cultura y política es imposible hasta en Eurovisión, con su defensa por ejemplo edición tras edición de opciones sexuales no convencionales, eso es política con mayúsculas, y la participación de Israel también lo es.

Desde esta columna lanzamos una petición a la Unión Europea de Radiodifusión: que se estudie la participación de Palestina en próximas ediciones del concurso, si llegara algún día a materializarse esa idea de los dos Estados vecinos. Comparte espacio geográfico con Israel, Mediterráneo con Europa, comparte monoteísmo, cercanía también cultural y condición de víctima de una limpieza étnica, en su caso en marcha.

O mejor propuesta aún, que la representación de un futuro único Estado democrático y aconfesional que integre a todos los ciudadanos de la Palestina histórica, independientemente de sus creencias, se alterne un año en hebreo y otro en árabe, o una estrofa en cada idioma.

Lo que está claro es que tanto derecho como cualquiera tienen los palestinos a estar presentes en Eurovisión, y hasta que sea con música ya están allí políticamente instalados, muy especialmente en la edición de 2024.

Artículo publicado también en La Hora Digital.


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