domingo, 23 de junio de 2019

Los vértigos de la defensa militar

Artículo publicado también en el Blog Al revés y al derecho e infoLibre.
Desde la Guerra Civil y el posterior Estado militarizado vigilante de la población local, principal preocupación de cualquier dictadura, la secuencia por la que España ha ido mejorando sus competencias militares -siendo generoso, conformando una política de defensa- pasa por Estados Unidos, la OTAN, decisiones propias y ahora se plantea en el marco de la Unión Europea.
Los convenios de defensa con EEUU a partir de 1953, la integración en la OTAN en 1982 (y en su estructura militar en 1999), la transición militar que no se completa hasta finales de los ochenta, las leyes que organizan la Defensa nacional de comienzos del siglo XXI, el Tratado de Lisboa de la UE de 2007 y los avances en materia de defensa europea de los últimos años son todas decisiones políticas, nivel estratégico, con consecuencias sobre la organización, su personal, los medios y las actuaciones finales con medios militares.
Fueron decisiones políticas ceder soberanía y bases militares a cambio de la reincorporación de la dictadura a la comunidad internacional, y una consecuencia de aquello fue la llegada de material militar norteamericano excedente de la Segunda Guerra Mundial.
La participación en la Alianza Atlántica, referéndum mediante, fue una decisión política de enorme relevancia para modernizar las Fuerzas Armadas y calmar reacciones ultras, objetivo alcanzado en el primer supuesto.
Es pura política que la Unión Europea se plantee hoy una autonomía estratégica en materia de defensa y del mismo carácter la decisión de formar parte o no por cada país miembro de las iniciativas comunitarias.
En este ámbito de la seguridad se habla mucho de operaciones militares, de intervenciones más o menos pacíficas, de operaciones especiales de las que nada se dice porque son especiales, y poco se debate sobre la efectividad de tales intervenciones, si cumplen o no sus objetivos.
En asuntos de defensa y seguridad se habla mucho de lo que dicen los responsable políticos, de declaraciones en cumbres y pre cumbres, se analizan los tuits de Donald Trump con la dedicación de un kremlinólogo hacia las fotografías de la jerarquía soviética, y no rascando mucho aparecen intereses industriales.
En asuntos de defensa y seguridad se habla mucho de presupuestos, de destinar el dos o el cuatro por ciento del PIB, de grandes y pequeños programas de armamento.
Y poco tiempo y esfuerzo se dedica a la estrategia de seguridad que debiera amparar declaraciones, presupuestos y actuaciones.
Lo anterior en cierta forma sobrevoló el reciente seminario celebrado a comienzos de junio en Toledo organizado por la Asociación de Periodistas Europeos de Miguel Ángel Aguilar y Diego Carcedo, bajo el título de "OTAN: el vértigo de la retirada americana".
En este tipo de seminarios se hace un esfuerzo colectivo e individual muy sano por captar la diferente percepción sobre seguridad de aliados como las repúblicas bálticas o Polonia, mientras que se ignora directamente, cuando no se desprecia, la percepción sobre seguridad de los españoles, manifestantes o no contra la invasión de Irak.
Otra peculiaridad es que en estos foros a un profesor universitario ruso lo convertimos inmediatamente en portavoz de Putin, mientras que una investigadora francesa se representa exclusivamente a sí misma y su capacidad de análisis.
Aparte de sensibilidades y generalizaciones, también se escucha mucho y bueno.
Por ejemplo, respuestas a la pregunta, parafraseando a Vargas Llosa, ¿en qué momento se jodieron las relaciones OTAN-Rusia?  Muchos lo sitúan en la anexión rusa de Crimea en 2014, otros lo remontan al bombardeo de Belgrado en 1999, alguno apunta a la extensión de la OTAN hasta las mismas fronteras de Rusia, y la lógica apunta hacia la instalación de un escudo antimisiles norteamericano cuyo componente naval descansa en la base española de Rota, el terrestre por Rumanía y Polonia.
Centra el debate de forma recurrente en la actualidad la disyuntiva de destinar esfuerzos humanos y presupuestarios de los países europeos con la UE o la OTAN. Quien dirigiera la Alianza y la política exterior y de seguridad de la Unión, Javier Solana, afirma tajante que la duda sobre la compatibilidad de ambas organizaciones procede más de la ideología que de la realidad; y se muestra partidario de gastar más en defensa, pero europeamente.
Se dice que la velocidad de los acontecimientos exige reaccionar sin la obligada en otro tiempo reflexión teórica previa. "La OTAN ha hecho teoría desde la práctica", defienden los más atlantistas; la OTAN impone doctrina actuando, opinan conocedores de la organización.
Tengo escuchado a Javier Solana en otros foros decir que las intervenciones militares -pensando en aquellas llamadas operaciones de paz que nadie llama hoy así- tienen la capacidad de detener el reloj del conflicto y dar tiempo a la política para encontrar una solución, la resolución del conflicto no es militar.
Por tanto, todo indica que miramos hoy el instrumento, los medios, el gasto y no su finalidad.
El centro de atención no debiera ser la presencia de un grupo táctico acorazado español en Letonia (con carros de combate Leopardo), la participación intensiva de la Armada en las operaciones navales de la OTAN -incluido el Mar Negro-, la presencia de una batería española de misiles Patriot en Turquía desde hace un lustro, la participación del Eurocuerpo en la República Centroafricana, de militares españoles en Malí, Sahel, Cabo Verde o Túnez.
Más que en su presencia el interés tendría que centrarse en porqué están allí, qué estrategia, legalidad y legitimidad ampara su presencia en esos escenarios, qué se pretende conseguir y cómo se va consiguiendo (cumplimiento de objetivos).
A España, a la Unión Europea y a la OTAN, a Estados Unidos, habrá que pedirles cuál es su estrategia de seguridad, el marco político que ampara sus decisiones en la materia y se entiende que sus adquisiciones de material militar para tener unas determinadas capacidades de actuación.
El llamado concepto estratégico de la OTAN data de 2010, momento anterior a las concentraciones del Maidán de Ucrania y la anexión de Crimea por Rusia, cuando finalizaba la operación ISAF en Afganistán y la Alianza se planteaba su futuro y su área de actuación, todo interrumpido por una simulación de guerra fría que no resiste comparación con el modelo original, entre otros muchos motivos porque no existe alternativa ideológica ni contraparte militar: el presupuesto de defensa sólo de EEUU triplica al de China y es diez veces el de Rusia.
La última estrategia de seguridad de la UE fue aprobada en 2016, su texto sigue pareciendo casi revolucionario ("La UE promoverá un orden mundial basado en normas, con el multilateralismo como principio esencial y las Naciones Unidas como núcleo"), y se mantiene la duda de si los 28 países miembro la firmarían hoy y la aplican en la práctica, en cualquier caso requerirá una actualización en el nuevo periodo que arranca con las recientes elecciones al Parlamento Europeo.
La estrategia española de seguridad es de finales de 2017, Gobierno Rajoy, y la última Directiva de Defensa Nacional en la que cada Gobierno deja escritos sus objetivos data nada menos que de 2012, hace tres elecciones generales.
Un ejercicio de interés sería contrastar en qué coinciden y difieren las estrategias de seguridad de EEUU, la OTAN, la UE y España; en el campo de los intereses comunes de seguridad, que debe ser mayoritario, sirve la situación actual; recordemos que en la OTAN las decisiones se toman por unanimidad; en las áreas y objetivos no compartidos -por ejemplo, acuerdo nuclear con Irán- pues se requiere determinar estrategia y medios propios.
¿Debe la UE quedarse con misiones en defensa que no quiera afrontar la OTAN?
¿Necesita la UE la disuasión nuclear, un arma inútil por no utilizable?
El mundo es más complejo que la división entre aliados y enemigos que nos llega desde Estados Unidos, existen muchos otros estados intermedios, frecuentes en el mundo de la empresa, como la competición y la cooperación, defendió Sylvie Matelly, directora del think tank francés IRIS.
Una parte minoritaria de los reunidos en Toledo se mostraba partidario de que Europa refuerce sus capacidades militares y de mantener una relación de colaboración con la OTAN sin jerarquías, la parte más uniformada y más oficial se muestra acríticamente atlantista.
En cualquier caso, reconociendo el espectáculo de contemplar un tanque de 60 toneladas a 70 kilómetros por hora campo a través, las actuaciones sobre el terreno y el gasto militar no conforman una estrategia de seguridad.
Haciendo un símil con otras disciplinas, el medio ambiente está dejando de ser una opción en materia de desarrollo económico, no es admisible crecimiento a costa del entorno. En asuntos de seguridad quizá pueda ocurrir algo similar con otros elementos como derechos humanos en destino y transparencia, que es debate político y público, en origen, resultado de la voluntad de fijar por escrito que estas cosas no dependan de las personas y las circunstancias, sino del sistema así organizado.
Porque estos asuntos de la seguridad se organizan a nivel estratégico, lo demás llega en cascada, o así tendría que ser si ese tipo de documentos fueran más que un ejercicio elaborado para amparar actuaciones que se van organizando según los acontecimientos.
La ausencia de una estrategia propia es siempre aprovechada por la inercia, por intereses industriales o por la estrategia de terceros que sí la tienen.

miércoles, 5 de junio de 2019

Despejando la niebla informativa

La Asociación de Diplomados Españoles en Seguridad y Defensa -ADESyD- organizó en noviembre de 2018 en Madrid un Congreso en el que participé con una ponencia titulada "Unión Europea, desinformación y realidad", un recorrido por las actuaciones desde Bruselas en este campo, los materiales que ha ido dejando por el camino y conclusiones propias.
ADESyD ha presentado este mes de junio las actas del Congreso, disponibles en este enlace.
Reproduzco a continuación el apartado final de mi contribución, un largo artículo académico con sus notas al pie e incluso bibliografía.

Despejando la niebla

"Berline: the salute", de Jan Vanriet. Colección Roberto Polo, Toledo.
Porque la desinformación se ha convertido en un cajón grande y oscuro donde conviven materiales y voluntades de muy diverso signo se hace necesario también un esfuerzo de explicación, más allá de la denuncia o la comprobación de contenidos falseados.
Conviene advertir que en asuntos de desinformación los denunciantes a menudo no dicen la verdad y ocultan sus verdaderos intereses: los medios de comunicación tradicionales están alarmados en realidad por la competencia publicitaria de las plataformas digitales, el mundo de la seguridad piensa más en redes que en mejorar su comunicación digital, algunos políticos quisieran ver desaparecer un contrapoder crítico; y abundan en canales digitales contenidos informativos que no lo son, sino entretenimiento o materiales ideados para generar tráfico y publicidad. A lo anterior se suman alianzas coyunturales entre algunos de los actores que acrecientan la confusión.
La desinformación está desempeñando una función parecida a los canarios en la mina o los rosales en la cabecera de los hilos de las viñas en La Mancha, testigos que alertan de una enfermedad mayor.
El fenómeno permite aflorar desafíos del máximo interés que afectan a la profesión periodística, a la competencia empresarial en un entorno digital, a la comunicación política, sin caer necesariamente en alarmismos que la convierten en amenaza principal de los sistemas democráticos; si así fuera la rotundidad de las pruebas que respaldan las acusaciones debiera subir muchos enteros.
La Unión Europea lleva realizado un intenso trabajo a través de un proceso en marcha que previsiblemente alcance y supere las elecciones de mayo de 2019. La actuación de las instituciones comunitarias contiene además una lección añadida a la hora de interpretar la comunicación: la importancia de tener en cuenta quién habla y las competencias de quien emite el mensaje.
Si el secretario general de la OTAN afirma en una entrevista que “necesitamos prensa libre e independiente, periodistas que hagan preguntas incómodas”, cabe preguntarse si la Alianza Atlántica tiene entre sus objetivos impulsar la incomodidad de las entrevistas que realizan a su secretario general , o quizá esconda otro objetivo más relacionado con la tensión con Rusia.
La Comisión Europea ha demostrado una capacidad importante de análisis en este asunto de la desinformación, pero a la hora de concretar actuaciones las propone lógicamente en terrenos donde tiene competencias, entre las que aún no se encuentra la defensa militar, aunque sí aflore su reconocida capacidad de elaborar normativa, vinculante muchas veces muy lejos de las fronteras de sus miembros; capacidad de la UE también en materia de competencia empresarial, protección de datos, confidencialidad de las comunicaciones, derechos de autor, también la capacidad de incrementar recursos públicos gravando con impuestos la actividad digital, que se mueve mejor y más rápido que los inspectores de Hacienda.
El alarmismo con el que se ha arropado la desinformación como amenaza casi existencial de regímenes democráticos tiene el inconveniente de que eleva la capacidad de influencia de estos materiales hasta un límite difícil de creer, aún no ratificado por estudios científicos.
Asimismo se desvía el foco del interés económico muy a menudo presente en estas campañas de desinformación, el fomento de tráfico de contenidos para la generación de ingresos por publicidad o como ejecutores de campañas, que alguien lo tiene que hacer.
Se puede afirmar que es económica la causa de la degradación de las condiciones laborales de los periodistas, es económico el beneficio que se busca con la publicación de noticias falseadas en muchos de los casos , es económica la preocupación de fondo  de los medios de comunicación tradicionales cuando tratan el tema de la desinformación, en economía piensa la UE cuando pretende regular la actividad de las plataformas digitales que hoy ocupan los primeros puestos a nivel planetario en capitalización bursátil y los últimos en pago de impuestos…
Afortunadamente comienzan a aparecer las primeras reacciones a la desinformación.
Desde el periodismo, van surgiendo comprobaciones de declaraciones y de cifras, verificadores de datos; y el rigor periodístico como una alternativa al periodismo espectáculo, los principales periódicos españoles especulan con el próximo estableciendo de sistemas de pago por contenidos que solo serán rentables si se ofrece credibilidad y profesionalidad a cambio. El periodismo riguroso suele ser lento y caro, mientras que la información distorsionada suele ser de rápida elaboración y bajo coste.
Desde la empresa, tras los bandazos primeros en un escenario novedoso, se aprecia la necesidad de regular la coexistencia entre medios de comunicación tradicionales –quizá con figuras de protección e incluso financiación pública, como los teatros, la ópera o las bibliotecas- y las plataformas digitales, que no parece que contribuyan al fisco como el resto de actividades económicas.
Por su parte, gigantes como Google o Facebook, que han crecido aceleradamente en tres lustros hasta su relevancia actual, dependen aún más de la reputación que otros sectores económicos, y se moverán en favor del usuario aunque sea perezosamente por interés interesado.
Desde la comunicación política no parece que tenga un largo recorrido la utilización de la desinformación como argumento de reemplazo al terrorismo internacional como gran amenaza existencial.
A medio y largo plazo, en estos temas de desinformación que son en el fondo asuntos de información, la UE demostrará la firmeza de su compromiso si avanza en iniciativas generalizadas y relacionadas con la alfabetización digital y la promoción de información rigurosa.
Se sorprende Daniel Innerarity del cambio cultural que ha supuesto haber pasado “de celebrar la ‘inteligencia distribuida’ de la Red a temer la manipulación de unos pocos; de un mundo construido por voluntarios a otro poblado por haters; de celebrar las posibilidades de colaboración digital a la paranoia conspirativa; de la admiración por los hackers a la condena de los trolls; de la utopía de los usuarios creativos a la explicación de nuestros fracasos electorales por la intromisión de poderes extraños (más creíble cuanto más rusa sea dicha intromisión)”.
Añade Innerarity que “en una sociedad avanzada el amor a la verdad es menor que el temor a los administradores de la verdad”; y alerta contra la “imagen exagerada de tres poderes que son más limitados de lo que suponen: el de los conspiradores, el del Estado y el de los expertos. Por supuesto que hay gente conspirando, pero esto no quiere decir que se salgan siempre con la suya, entre otras cosas porque conspiradores hay muchos y generalmente con pretensiones diferentes, que rivalizan entre sí y que de alguna manera se neutralizan” .
La desinformación es principalmente un problema que atañe a la información, categoría a la que no pertenecen todos los contenidos digitales, y el panorama se aclara algo si lo enfocamos desde los campos de la comunicación, de la competencia empresarial y del argumento político.
El digital aparece claramente como uno de esos espacios comunes con soberanía difusa que requieren una mayor regulación, evitando la censura y legislando a favor de los ciudadanos, tres condiciones difícil de compaginar; añadiendo que la tecnología que ha disparado la difusión de todo tipo contenidos también lo ha hecho con los de calidad y puede ayudar además a identificar y reducir los manipulados interesadamente.